El domingo por aquí fue de mucho estudio y preparación de clase. Este jueves hablaré sobre los Circuitos Neuronales del Comportamiento en la Escuela Paulista de Medicina, una de esas situaciones que, si se la contara a mi “yo más joven”, seguramente no creería que pudiera suceder. ¡Pero está sucediendo!
El privilegio de poder hablar para personas tan importantes viene acompañado de un nudo en el estómago (¡y de esas repeticiones infinitas de las diapositivas para no dejar escapar nada!). Y no estaría exagerando si dijera que hay una buena dosis de miedo en esa mezcla —precisamente ese es el que está rondando por aquí—, aún más ahora que acabo de repasar en detalle el procesamiento cerebral del miedo, y puedo hablar con propiedad sobre él…
Existe una pequeña región en nuestro cerebro llamada amígdala, que es la gran responsable de alertarnos del peligro y hacernos sentir, justamente, miedo. Quien evalúa si la amenaza es real o no es nuestro corteza prefrontal, pero incluso antes de que esta llegue a una conclusión, ya sentimos su mensaje: “esto puede salir mal”.
Corazón acelerado, estómago revuelto, manos frías… (el sistema nervioso autónomo tampoco espera al veredicto final, jaja)
Y cuando en esa evaluación de la amenaza entran otras variables —como por ejemplo, estar siendo observado—, la corteza va a reclutar otras áreas, por así decirlo, antes de emitir el juicio. Es ahí cuando entra en juego un conjunto de circuitos ligados a la cognición social, áreas del cerebro que interpretan juicios y expresiones faciales como señales de aceptación o rechazo.
El miedo, entonces, ya no es solo a equivocarse. Es a equivocarse delante de alguien. A no ser suficiente. A ser excluido.
Ese miedo está relacionado con un dolor ancestral: el miedo a no pertenecer.
Recuerdo una escena antigua. Debía tener unos doce años y me tocaba presentar un recital de flauta traversa. Antes de subir al escenario, me temblaban las manos y sudaba frío, literalmente. Y, como era de esperarse, cometí varios errores, y terminé la presentación sintiéndome un completo fracaso. Para rematar, mi madre, con todo el amor del mundo, me dijo: “deberías haber practicado más”.
Dolió, ¿sabes? No porque ella estuviera equivocada. Sino porque, en ese momento, mi fallo público parecía confirmar que no era lo suficientemente buena.
Hice varias presentaciones como esa, otras en las que incluso fui elogiada por mis padres, pero la única que recuerdo con detalles fue esa en la que salí herida. ¿Y sabes por qué?
Desde el punto de vista neurocientífico, el rechazo social activa las mismas áreas cerebrales que el dolor físico. Por eso el miedo a no ser aceptado es tan perturbador, y muchas personas lo evitan a toda costa.
Y así, muchas veces, nos conformamos con pasar por la vida disfrazando nuestras fallas para encajar. Queremos pertenecer —aunque eso no refleje quiénes somos realmente.
Pero existe una diferencia fundamental entre encajar y pertenecer.
Todo “pertenecer” que implique silenciar partes de uno mismo, no es un verdadero pertenecer, sino simplemente encajar. Adaptarse para ajustarse a lo que se espera.
Pertenecer de verdad es otra cosa. Es estar donde podemos ser fieles a nuestra autenticidad —y aun así, ser amados, incluidos, respetados. Ese es el verdadero pertenecer, donde las fallas tienen su lugar, porque nos construyen en el proceso.
El viernes grabé mi “primer” reels para Instagram (después de casi dos años de tomarme un descanso de las redes sociales, ¡se sintió como la primera vez!), iniciando una especie de segmento semanal, simple, que me ayude a ser más constante y menos técnica en las explicaciones, jaja. “¿Tendrá sentido esto? ¿Alguien lo verá?” no fue solo una frase para captar la atención en los primeros segundos del video, sino una pregunta interna real de alguien que no está acostumbrada a exponerse.
Hoy quiero decirte a ti (y a mí misma antes de la clase del jueves): si la amígdala activa la alarma, respira profundo, y dale tiempo a tu corteza para decirte: estás en construcción. Todos lo estamos. Fallar es parte del camino.
Hasta la próxima semana,
Con cariño,
Dra. Priscila Januário

Dra. Priscila Januario
🧠 Sou neurologista e falo de memória
• Alzheimer e Envelhecimento Cerebral – UNIFESP /priscilajanuario.neuro