Dos hermanas y un secreto

La historia de dos gemelas (y de cómo los músculos sostienen nuestra memoria)

Samantha y Adriana crecieron como el reflejo una de la otra. Hijas de una familia sencilla del interior, y gemelas idénticas, compartían no solo la genética, sino también toda su infancia y oportunidades.

Hasta poco antes de los 15 años, era fácil confundirlas, ya que usaban ropa igual, que casi siempre venía en pares, comprada por su madre en promociones de la ciudad. Los mismos zapatos, vestidos, e incluso los lazos en el cabello, que solo cambiaban de lado en la cabeza de una y de la otra.

Fue recién en la adolescencia que comenzaron a diferenciarse. A Samantha le gustaba más el verde. Adriana prefería el azul. Su madre observaba con curiosidad esa transición, esperando el momento en que cada hija decidiera trazar su propio camino.

A los 21 años, Samantha recibió una propuesta de matrimonio. Adriana, que ya tenía pareja, sintió una especie de “presión” por no quedarse atrás, y terminó aceptando casarse poco tiempo después.

A los 28, ambas tuvieron a su primer hijo casi al mismo tiempo. Y a los 47, decidieron unir a la familia en una fiesta conjunta para celebrar las bodas de plata de las dos…

Parecía que la vida siempre seguiría así, en paralelo. Como un espejo, y ellas, como cómplices.

Pero a los 55 años, sin que nadie lo notara aún, los caminos empezaron a separarse de forma más sutil.

Samantha, motivada por su hija del medio, empezó a ir al gimnasio dos veces por semana para hacer ejercicios de fuerza. Hacía sentadillas con poco peso, ejercicios para piernas, brazos y espalda. Nada llamativo, pero consiguió mantener la constancia, año tras año.

Adriana, en cambio, prefería no comprometerse con rutinas estructuradas, y de vez en cuando hacía caminatas tranquilas por el vecindario.

A los 65, Samantha seguía ágil en los pequeños detalles del día a día: era la mejor organizadora de viajes de la familia, recordaba con precisión los compromisos (suyos y de su esposo), y gestionaba las finanzas con tanto esmero que hacía dos años que su marido había delegado por completo esa tarea. Adriana, con la misma edad, también seguía activa, pero notaba cada tanto una sensación de “laguna mental” ante tareas rutinarias. Olvidaba dónde había dejado las llaves del coche, tardaba más en encontrar ciertas palabras al hablar, y a veces perdía el hilo de recetas que antes hacía de memoria.

Nada dramático como para preocupar a la familia. Solo pequeñas señales “del tiempo” que se manifestaban distinto en cada una.

Después de todo, ambas estaban envejeciendo… pero ahora, cada una a su propio ritmo.

¿Qué separó esas trayectorias?

Podríamos pensar que fue solo cuestión de suerte…

PERO uno de los estudios más elegantes realizados sobre el envejecimiento cerebral nos dice que no. Más de trescientas gemelas fueron estudiadas y acompañadas en el Reino Unido (en el King’s College de Londres) durante una década entera.

El objetivo era entender qué factores podían predecir quién tendría un envejecimiento cognitivo más preservado y quién mostraría signos más claros de deterioro con el tiempo.

¿Lo más interesante?

Las gemelas compartían genética, gran parte de la crianza y condiciones de vida.

Eso permitió a los investigadores aislar un factor específico: el estado del cuerpo y, más precisamente, LA POTENCIA MUSCULAR DE LAS PIERNAS.

Cada participante fue evaluada al inicio del estudio mediante una prueba simple que medía la fuerza y potencia del movimiento de extensión de piernas (es decir, cuán eficiente era su sistema muscular).

Diez años después, se las volvió a evaluar con pruebas de memoria, atención y velocidad de razonamiento, además de exámenes por imagen para medir el volumen cerebral.

Y las gemelas con mayor fuerza y potencia muscular en las piernas preservaron mejor sus funciones cognitivas.

Ellas presentaban:

  • Mayor volumen de sustancia gris (la parte del cerebro que procesa la información),

  • Menor dilatación de los ventrículos cerebrales (lo que indica menor atrofia),

  • Mejor rendimiento en tareas que exigían memoria y rapidez mental.

El músculo, especialmente el de las piernas, cuanto más fuerte estaba, parecía enviar señales al cerebro que sostenían su estructura y funcionamiento a lo largo del tiempo.

Pero, ¿cómo puede el fortalecimiento muscular influir en el cerebro?

Hoy sabemos que los músculos no son solo estructuras de movimiento.

También funcionan como verdaderas glándulas endocrinas. ¿Recuerdas las miocinas de las que hablamos la semana pasada, que se liberan cuando el músculo está en movimiento?

Pues bien, en los entrenamientos de contracción muscular (y mientras mayor es la fuerza y potencia ya adquiridas), se liberan también otros factores – además de los neurotransmisores que mencionamos en la última newsletter – en regiones clave del cerebro. Como el BDNF (factor neurotrófico derivado del cerebro) y otros factores responsables de la formación de nuevos vasos sanguíneos.

Y es esta comunicación músculo-cerebro la que ayuda a explicar por qué personas como Samantha envejecen de forma “más liviana”.

Más recientemente, un equipo brasileño reforzó aún más esta conexión entre el entrenamiento de fuerza (musculación) y la protección cognitiva.

El estudio fue realizado por investigadores de la USP y publicado este 2025.

Esta vez el foco estuvo en adultos mayores con deterioro cognitivo leve (DCL), una condición que muchos llaman “pre-Alzhéimer”, y que realmente aumenta el riesgo de demencia. Los participantes se dividieron en dos grupos: uno practicó entrenamiento de fuerza dos veces por semana con cargas moderadas y progresivas, y el otro mantuvo su rutina habitual sin intervención.

Tras 24 semanas (¡sí! ¡SOLO SEIS MESES!), los resultados fueron impresionantes:

El grupo que hizo musculación presentó mayor volumen del hipocampo (nuestro guardián de la memoria) y del precuneus (área implicada en la atención, autoconciencia y planificación). Además, mostró una mejor conectividad de la sustancia blanca (fibras por donde se comunican distintas regiones del cerebro, permitiendo que el pensamiento fluya y la atención se sostenga por más tiempo).

Pequeñas reducciones en el tamaño de estas estructuras son normales con los años. El hipocampo, por ejemplo, es una de las áreas más sensibles al envejecimiento y al estrés crónico. Y lo que estudios como estos están mostrando es que el entrenamiento de fuerza actúa como una especie de “fortaleza silenciosa” para proteger cada una de ellas.

Samantha y Adriana son nombres inventados por mí. No sé realmente quiénes eran las gemelas inglesas estudiadas, ni cómo fueron sus vidas.

Pero imaginemos que una siguió con un cerebro ágil con el paso del tiempo, y la otra enfrentando, poco a poco, las pequeñas limitaciones que el tiempo naturalmente impone.

No hubo una ruptura brusca, ni una tragedia en sus historias. Solo pequeñas diferencias. Y diferencias que, como vimos, NO NACIERON DE LA GENÉTICA, sino de elecciones cotidianas, y de pequeñas dosis semanales de movimiento, resistencia y fuerza aplicadas…

Me gusta pensar que el movimiento no solo previene la pérdida de habilidades.
Cultiva NUEVAS POSIBILIDADES dentro de nosotros.

La próxima semana nos vamos a sumergir aún más en este tema y vamos a explorar los mecanismos de la actividad física en la formación de nuevas redes neuronales, y cómo esto impacta nuestra capacidad de aprender, crear y reinventarnos en todas las etapas de la vida.

Y hasta entonces, recuerda esto:
el cerebro se preserva mejor en un cuerpo que se mueve.

Hasta la próxima semana,

Con cariño y neurociencia,
Dra. Priscila Januário

Dra. Priscila Januario

🧠 Sou neurologista e falo de memória
• Alzheimer e Envelhecimento Cerebral – UNIFESP
  /priscilajanuario.neuro
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